11 diciembre, 2025

“Contar no es ordenar, es desordenar”: Julián Gorodischer y el liderazgo narrativo en los medios públicos

Julián Gorodischer no encaja fácilmente en el molde clásico del gestor de medios. No lo mueve la obsesión por el rating, ni el vértigo de la primicia. Lo impulsa una convicción: la palabra pública es un derecho, no una mercancía. Como subgerente de Producción Digital y Transmedia en Radio Nacional y TV Pública, lidera una transformación silenciosa, pero profunda, en los medios públicos argentinos. “Contar no es ordenar. Y en ese desorden aparece lo real”, afirma, con una sonrisa que no disimula su intensidad.

Doctor en Ciencias Sociales, periodista de larga trayectoria y editor de crónicas en Página/12 y Anfibia, Gorodischer supo construir un estilo que combina sensibilidad estética, rigor conceptual y una apuesta política por las voces subalternas. Desde que asumió su rol en la gestión pública, su desafío fue claro: abrir las puertas de los medios estatales a nuevas narrativas, formatos y públicos. “No se trata solo de hablarle a todos, sino de dejar que hablen los que nunca tuvieron micrófono”, dice.

Una de sus primeras apuestas fue el desarrollo del área transmedia de Radio Nacional, que articuló contenidos entre radio, web, redes sociales y plataformas audiovisuales. “La radio ya no es solo sonido. Es experiencia. Es una comunidad”, explica. Bajo su liderazgo, surgieron series documentales como Territorios, que recuperan historias de pueblos originarios, colectivos migrantes y juventudes del conurbano. “El Estado tiene que narrar lo que el mercado silencia”, sostiene.

Pero no se trata solo de contenido. También de formas. Gorodischer impulsó la formación de equipos multidisciplinarios donde conviven realizadores, diseñadores, programadores y cronistas. “La clave está en la mezcla. En romper la lógica de las redacciones cerradas y habilitar lo colaborativo”, afirma. Esa mirada de laboratorio creativo se consolidó con el podcast Archivo Nacional, una serie que reversiona con tono narrativo materiales históricos del archivo sonoro de la radio pública. “Hay épica en un cassette viejo si lo sabés escuchar”, dice.

Sus colegas lo describen como un líder horizontal, que escucha, propone y no teme correr riesgos. “Julián no dirige: incita. Es un provocador amable”, cuenta una productora de la TV Pública. En un ecosistema mediático cada vez más precarizado, su apuesta pasa por el cuidado: de las historias, de los procesos y de las personas. “Los equipos no se gestionan, se acompañan”, resume.

Más allá de su rol institucional, Gorodischer mantiene una intensa producción personal. Es autor de varios libros de crónicas y ensayos, como La ruta del beso, Crónicas Carnívoras y Maricas Argentinas, donde explora el deseo, la identidad y los bordes de lo autobiográfico. Esa misma escritura íntima y política impregna su modo de gestionar. “Lo personal no es solo político. Es también narrativo. Lo que no se cuenta, no existe”, sostiene.

No oculta sus tensiones con cierta burocracia estatal que busca encorsetar la creatividad en trámites interminables. “La imaginación es revolucionaria cuando se pone al servicio del bien común”, dice. Por eso insiste en que los medios públicos deben ser un territorio de experimentación, no solo de transmisión. “Si el Estado solo repite lo que ya se dijo, deja de ser público”, advierte.

Durante su paso por el canal Encuentro, dejó huella con producciones como Mentira la verdad —sobre filosofía— y Soy país, centrado en crónicas federales. “Argentina es demasiado rica en historias como para reducirla a panelistas porteños”, dice, sin eufemismos. Su obsesión es el relato que descentraliza, que incomoda, que emociona.

En tiempos donde la comunicación estatal muchas veces queda atrapada en la lógica propagandística o meramente informativa, Gorodischer defiende una tercera vía: la narración con alma. “No alcanza con comunicar logros. Hay que construir relatos que interpelen, que abracen, que duelan”, afirma. Y lo hace desde una ética de lo sensible, no de lo espectacular.

Cuando se le pregunta por su legado, evade la grandilocuencia. “Ojalá que lo que estamos haciendo inspire a otros. Que alguien, dentro de diez años, diga: ‘Acá se podía probar’”. Esa posibilidad de probar, de ensayar, de errar sin miedo, define su modo de ejercer el liderazgo.